domingo, 19 de noviembre de 2017

Donde la Izquierda No Ha Llegado Jamás


Votar a la izquierda en España es una fiesta de luz y color. Puedes elegir tu programa electoral a la carta, como si fuese la nevera de los yogures del supermercado. Los hay de sabor anticapitalista, socialista, anarquista, socioliberales, comunistas, eurocomunistas, federalistas, republicanos, con trozos soberanistas, o nacionalistas de aquí, o nacionalistas de allá; de procedencia no animal, más o menos personalistas, inflexibles, pactistas, populistas, europeístas, ecologistas, ...

Y lo que tienen en común todas estas corrientes es que nunca suelen encontrar la flexibilidad necesaria para -masivamente- unirse, apoyarse, fusionarse o hacer un gran frente común preelectoral, olvidando los matices ideológicos hasta después de las elecciones. El resultado es que numerosos votantes de izquierdas acaban cansados de tanto yogur y del exceso de debate, y acaban yéndose del super sin comprar nada -con gran regocijo para la derecha española. Es primordial encontrar el momento genético en el que la izquierda olvidó que “la unión hace la fuerza”, y que el “divide y vencerás” con el que continuamente se auto-flagelan todas estas formaciones, es la esencia vital de la Ley d’Hondt.

Y no creo que los continuos desacuerdos de la izquierda sean solamente debidos al ansia de poder o al personalismo excesivo, sino a la falta de una visión global, y a querer establecer el debate de las ideas en una base tan teórica que para llevarla a su virginal práctica hay que renunciar a aspectos que modifican la inmaculada doctrina del partido; lo que termina revistiendo las relaciones normales entre formaciones de izquierda en un comportamiento intensamente cainita. La izquierda de este país puede estar discutiendo durante meses sobre el color del tinte de pelo que se han de poner, para terminar unos pelados al cero, y otros directamente sin cabeza.

Este conocido y habitual escenario de izquierdas sería solamente triste y no grave si no hubiese surgido el Procés en Catalunya, un movimiento mayoritariamente de izquierdas que ha situado el debate y las ideas de la izquierda en un plano espacial muy diferente. Esta nueva dimensión política debería saber responder por qué Iceta se fotografía con una rancia y dura derecha en una manifestación nacionalista española y Ramon Espadaler aparece en las listas del PSC; o por qué el más “cupero” del Procés ha sido Puigdemont (y el segundo Artur Mas con sus abrazos a David Fernández); y por qué Pedro Sánchez resurgió de sus cenizas para volver a zambullirse en la hoguera del artículo 155; y por qué se aplican medidas extremas sobre Catalunya a través de dicho artículo, con un Gobierno en prisión y una Autonomía intervenida; y por qué se proclamó o declaró o anunció un viaje interestelar vía DUI cuando sólo se tenía una bicicleta para atravesar el agujero de gusano… La corrupción ya no es vital, los recortes tampoco, ni la Sanidad, ni la Educación, ni la Deuda,… Y después de que Pablo Iglesias por fin se librase del submarino del Capitán Dante, va y se apunta de grumete en la Armada Estelada de Ada Emperatriz. 

Puede parecer que tanto Catalunya como España hayan enloquecido con esta polarización política: llena de traidores y de patriotas, de idiotas y de inteligentes, de sinvergüenzas y de responsables, de iluminados y de clarividentes; con alarmantes incoherencias políticas y amistades peligrosas en un bando y el contrario; unos con cursillos acelerados de 1714, y otros recuperando el espíritu nacional para enervar la vena del cuello. El término medio ni existe ni se le espera. Hoy “La Mala Reputación” de Brassens vuelve a reivindicar con gran sentido los versos sueltos:


En mi pueblo sin pretensión
Tengo mala reputación,
Haga lo que haga es igual
Todo lo consideran mal

Yo no pienso pues hacer ningún daño
Queriendo vivir fuera del rebaño;

No, a la gente no gusta que
Uno tenga su propia fe
No, a la gente no gusta que
Uno tenga su propia fe.
Todos todos me miran mal
Salvo los ciegos es natural.

Cuando la fiesta nacional
Yo me quedo en la cama igual,
Que la música militar
Nunca me supo levantar.

En el mundo pues no hay mayor pecado
Que el de no seguir al abanderado.


(…)


¿Qué explica tanta aparente locura desmedida? La respuesta es más simple de lo que podamos pensar, pero hay que ponerse unas gafas de Maslow para verla. Qué importan los programas políticos, los compromisos, la corrupción, la Sanidad, la Educación, las amistades, la ideología, la dignidad, … cuando lo que está en juego es la supervivencia, la política -e incluso la social. Dicho de otra manera, el independentismo ha desplazado la guerra de guerrillas hacia un plano, en donde -aún- no estamos viviendo la mayoría de los mortales -aunque corremos un alto riesgo de alcanzar-, pero donde sí ya habitan los partidos políticos. Las motivaciones que mueven a los diferentes actores políticos cohabitan en una dimensión existencial muy diferente, en el ser o no ser, en el nivel más inferior de la Pirámide de Maslow.

La Pirámide de Maslow es un gráfico motivacional que plasma las necesidades vitales a través de 5 escalones de existencia y de realización, donde es necesario cumplir las exigencias de cada escalón antes de ascender al siguiente, y donde el objetivo de realización máximo de individuos y comunidades es llegar a su nivel más alto. Llegar al nivel más elevado puede llevar toda una vida o incluso muchas generaciones, mientras que la caída hacia lo más bajo puede ocurrir de forma súbita. La lucha por la supervivencia en la base de la Pirámide explica los comportamientos políticos insólitos del conflicto catalán actual, y evidencia el riesgo de un importante conflicto civil.


Una Independencia de Catalunya -con Referéndum acordado o sin él- llevaría al colapso, desaparición y redefinición de los partidos políticos españoles. Es una cuestión existencial donde cualquier suma es buena para sobrevivir, y donde el Estado (cualquier Estado) -como decía Pellicer en un artículo reciente- conservará su territorio hasta la última gota de sangre. Ignoro si las amenazas sobre muertos en Catalunya -y que denunciaba Marta Rovira- son ciertas; pero -en mi opinión- si la DUI sigue caminando tras las elecciones de diciembre, ese escenario manchado de sangre será real. Y no lo justifico, pero en la base de la Pirámide de Maslow la única motivación lógica y válida no es ni la legalidad ni la legitimidad, sino sobrevivir a esta guerra -que de momento es fría- pese a quien pese, y caiga quien caiga. Y allí se ha instalado la política. 

La división natural de la izquierda, y ahora una nueva división inter-dimensional (que ha regalado 8 Apellidos Catalanes a todos los afectados de la crisis global) está llevando a la derecha neoliberal a su mayor cénit político, donde la normalización de la corrupción, los recortes, y los privilegios, no son su éxito, sino la consecuencia de una irresponsable e infantil izquierda, nacionalista y no nacionalista, que ha olvidado que el bien común y mayoritario ha de ser la base de su existencia, y donde cualquier matiz de separación es el camino equivocado, al menos cuando el oponente es tan fuerte.

La izquierda española nunca ha estado tan fragmentada como hoy, una izquierda predestinada a liderar un gran cambio social en Europa, y que había alcanzado la “Última Frontera” antes de emprender el camino hacia “donde ningún hombre ha llegado jamás”, hacia la internacionalización y exportación de una revolución que pudiese hacer frente al neoliberalismo europeo y estadounidense; se ha encontrado de repente con que la izquierda del Procés también ha llegado a su “Ultima Frontera” y que también quiere llegar a “Donde ningún hombre ha llegado Jamás”, pero con su propia nave “Enterprise”, para lo que exige que de la nave original, se construyan 2 naves independientes más pequeñas.

¿Y cómo terminará todo? Con la DUI será débil la izquierda catalana. Sin la DUI será débil la izquierda española. Llegará la nave Cubo de Mariano Rajoy, y en un pis-pas los convertirá a la vida Borg -cuya máxima cinematográfica es "toda resistencia es inútil"-, desde donde podrán volver a dedicarse a pensar, y pensar, y pensar, y pensar… mientras el neoliberalismo se dedica a gobernar.

Larga Vida y Prosperidad... para unos pocos.
Luis Díaz