domingo, 28 de enero de 2018

Democracia Cualificada contra el Parasitismo Político

¿Es la democracia solamente el derecho de todos los ciudadanos a votar, o debería también incluir alguna obligación intelectual? ¿Deberíamos votar cualquier aspecto de la vida política o solamente escoger a nuestros representantes? ¿Cualquier persona ha de poder gobernar, o debería asimismo existir una cualificación adecuada para hacerlo? ¿Se debería exigir la misma formación para gobernar un pequeño pueblo que para gobernar un país? ¿Y para gobernar un país que para gobernar un pequeño pueblo? Reflexión.

¿Debería Ana Obregón, bióloga, gobernar España? ¿Y Belén Esteban, tertuliana? ¿Y Wyoming, médico? ¿Y Terstsch, periodista? ¿Y Rajoy, Zapatero, González, Rivera o Aznar, licenciados en Derecho? ¿Pablo Iglesias, politólogo? ¿Rapel, adivino?… ¿Qué es lo mejor para el interés general del país? Quizá lo teóricamente más adecuado para presidir, gobernar y construir seres humanos sean indiscutiblemente las olvidadas carreras de Humanidades -tan temidas por el neoliberalismo-; por otro lado, para pelearse con los caprichos de la desigual red económica tejida alrededor del mundo, las carreras de Económicas parecen más consecuentes para algunos ministerios. Para entender las relaciones inter e intra pueblos, las Políticas -también humanísticas-, y para diseñar entornos de convivencia y seguridad en las sociedades, las de Derecho, … y podríamos continuar con las Tecnológicas para modelar países punteros y progresistas en investigación, y …veríamos que cada disciplina tiene su lugar y su importante por qué en nuestras vidas.

Algunos ya se habrán echado las manos en la cabeza -sobre todo los que tienen alergia a los libros, aunque yo defienda que toda esta potencial formación debiera ser totalmente gratuita para garantizar su acceso a cualquier ciudadano- cuando estoy insinuando que no cualquier persona sin la formación adecuada debería poder optar para cualquier puesto político público, sea la presidencia, los ministerios, las secretarías, las subsecretarías, los puestos de confianza, …; sea la administración central o la local del Estado o la autonómica; sea el poder ejecutivo, el legislativo o el judicial. Cada silla pública tiene unas características muy concretas -y también dependiendo de su ámbito territorial-, y no la formación de cualquier ciudadano o en cualquier cosa se ajusta a cualquier silla en cualquier sitio. Muchos me dirán con algo de acierto que la experiencia es un grado y que hay alcaldes que cuando son promocionados a muy altos cargos -por poner algún ejemplo-, sin estudios específicos lo pueden hacer mejor que muchas otras personas con estudios concretos, pero sin experiencia.  Lo que es incuestionable es que esos alcaldes promocionados, con experiencia y sin estudios, con una formación adecuada, serían parte de la excelencia que necesita este país; y nunca deberíamos conformarnos con autodidactas, sin exigirles también el mayor esfuerzo formativo reglado que no solamente enseña con exactitud los contenidos disciplinares, sino que también hace que la presunción de capacidad se convierta en garantía, y que el valor del esfuerzo y la responsabilidad que exige lo público y la complejidad del país sea un requisito sine quanum para ejercer, habitualmente inalcanzable para la mayor parte del parasitismo y amiguismo político que cohabita importantes puestos de responsabilidad con marcada mediocridad.

Y quienes aún siguen opinando que lo anterior pudiera ser un pensamiento antidemocrático y excesivamente tecnócrata, probablemente son los que nunca han llamado al panadero para arreglar un problema eléctrico en casa, ni los que tampoco han permitido que el electricista les imparta clases de idiomas -y menos de un idioma que no es de su interés-, ni que el filólogo haga obras en el baño, y aunque el albañil también amasa, nunca le comprarían a él el pan. Y tampoco llamarían a un ingeniero informático para dirigir el Museo de Historia, ni a un historiador para realizar auditorías informáticas. Y todo parece tan obvio y simple, que ni siquiera pudiera calificarse de gran idea. Y, sin embargo, esta evidencia no representa la normalidad de la democracia occidental, la que padece una gastroenteritis política crónica donde si coincide la cualificación personal de cada representante con sus responsabilidades públicas, es pura coincidencia. Luego se rodean de mil y un cargos de confianza especialistas -en el mejor de los casos, aunque es muy habitual que solamente sean primos y hermanos-, que nadie ha votado, y que al final son los que o bien toman las decisiones reales, o bien las toma el elegido, quién menos idea tiene de todo. Y en caso de crisis o corruptelas, alegan ignorancia de lo que estaban haciendo, explicaciones que el pueblo acepta aplicando la lógica más ridícula a la sombra del Templo de la Democracia, sostenido por columnas tan débiles como virtuales.

¿Formación para representar? ¿Y formación para votar? En el recuerdo, ¿cuántos ciudadanos en estos 40 años de democracia española no han votado alguna vez a un candidato por su aspecto físico y no por su capacidad política o intelectual? ¿Es del interés general y social elegir al candidato más bello y quizá menos capaz? Y Espejito, espejito ¿Queremos como cargos de confianza de nuestra política a la flor y nata de la peluquería, del marketing y de la estética, o necesitamos un ejército de mujeres y hombres con la mejor formación académica para cada uno de los campos de batalla política?

Y aunque me volverán a acusar de nuevo de tecnócrata -con razón- y que debería respetar que cada uno votase lo que quisiese y como desease hacerlo, en función de sus intereses, añadiré que respetaría y aplaudiría cualquier voto, si en las condiciones descritas sucediese. Pero ¿se ejerce el voto sin que manipulen nuestra voluntad y confundan nuestros intereses? ¿Cuál es el contexto del voto? ¿Votar corrupción mayoritariamente es del interés general? ¿Familias sin recursos votando neoliberalismo es de su propio interés? ¿Votar perroflauta es votar físico o votar progreso? ¿Votar pensando en “ellos” contra “nosotros” es democracia o fútbol? ¿Votar sin información imparcial y criterio responde al espíritu democrático? ¿Sabemos lo que votamos y sus consecuencias a medio y largo plazo?  

No, el pueblo no es tonto, pero nuestra sociedad padece de una arrogancia crónica. ¿Cuántas veces oímos en las redes aquello de “os manipulan” y qué pocas aquello de “nos manipulan”? El sufragio se produce siempre tras las campañas electorales, cargadas de trampas, mentiras y engaños de todos los candidatos, aplicando técnicas de marketing insultantes sobre absolutamente todos nosotros. Los recursos intelectuales son vitales para salir con la mínima manipulación posible de esa catarata de discursos agresivos, que sólo persiguen nuestro voto, y nunca nuestro interés. Es muy cándido pensar que toda la inversión política publicitaria, incluso vulnerando la Ley cuando les hace falta, no sirve para cambiar o modificar nuestro voto o forma de pensar, el de todos, de forma absoluta. En el momento en que perdemos de vista este punto, ya estamos en la olla siendo cocinados.

El ganador de las elecciones es siempre el marketing, el dinero, y la manipulación mediática, es decir, el neoliberalismo que convivió con el socialismo tras la Segunda Guerra Mundial, y que finalmente venció al socialismo tras la Guerra Fría. En nuestro país, el neoliberalismo ha sido PP, PSOE, CiU, PNV y Ciudadanos, y aunque parecía que el PSOE de Pedro Sánchez iba a quitarse esa espina con una revolución interna, el declive y suicidio de Podemos con el Procés catalán, ha empujado al barco del PSOE a enfilar nuevamente su proa hacia la injusta y desigual economía neoliberal.

Si bien las democracias occidentales son tristes por todo lo anterior, la crisálida de nuestra democracia fue la España negra de Franco, y nació entre la desconfianza de quienes apoyaban a los golpistas -por miedo a perder su poder político y económico- y la pobreza económica e intelectual del pueblo que perdió la Guerra Civil, tras 40 años de opresión y censura cultural, y que tuvo que renunciar hasta a sus muertos para empezar a andar.

Nuestra democracia empezará a funcionar el día en que votemos -sea lo que sea- con pleno conocimiento de causa y responsabilidad, con protección de nuestros derechos por las leyes ante la agresión publicitaria y de mentiras de las campañas; y cuando el éxito de nuestros representantes públicos no dependa ya de su formación -porque siempre la tengan- o de su grado de parasitismo, sino de su mayor o menor acierto político.

Escoger al mejor caballo no garantiza la victoria en el hipódromo, pero la posibilita. Lo que no es democracia es que votemos todos, y que siempre nuestro caballo de carreras sea el de plástico.

Algo falla.

Luis Díaz

domingo, 7 de enero de 2018

Un Anillo para Gobernarlos a Todos




La democracia española surgió de forma parecida a la trama de Tolkien en El Señor de los Anillos: tras la muerte del Dictador, en la Transición se forjaron los anillos de poder: para los Reyes de España, para el socialismo, para el comunismo, para la Generalitat de Catalunya, …, y otro anillo para la Dictadura saliente. Los anillos tenían el objetivo de preservar la convivencia y la seguridad jurídica en España, pero todos los anillos fueron corrompidos por el anillo de la Dictadura: las sombras del franquismo que nunca habrían de pagar sus crímenes, y siempre conservar sus privilegios, obligarían al pueblo a mirarse cada día en el espejo del sometimiento y de la vergüenza ante los muertos olvidados y el expolio en poder de los descendientes de los carniceros del Golpe de Estado.
 
Toda democracia necesita una muy estricta separación entre poderes, deseadamente incluso descortés. Se comprenderá que las amistades personales e íntimas entre poderes, compadreos conocidos, y una doctrina de separación de poderes dictada por el Anillo Único sólo puede funcionar con muy muy muy buena voluntad de las personas, característica que no sobra en la sociedad española, y mucho menos en los círculos de poder. 

¿Qué se puede hacer? Pues lo mismo que escribió Tolkien en El Señor de los Anillos: propiciar que llegue "otro tiempo", el del pueblo, que dejen de gobernar Reyes y “personajes oscuros”; hay que reformar la Constitución, construir una República, y que el Anillo Único sea destruido en el Mordor del Congreso. Necesitamos en la oposición un Frodo, un Sam, y a toda la Compañía del Anillo, un buen equipo, unido, dispuesto a sacrificios, y con un propósito común.
 
¿Y qué tenemos? Una Compañía del Anillo que se insulta a diario y prácticamente no se habla. Por un lado, los elfos del Procés quieren destruir el Anillo Único ellos solitos mediante insultos y propaganda; por otro lado, los hobbits del 15M no saben qué hacer, porque si triunfan los elfos, ellos se quedan solos, y si no triunfan los elfos, se enfadarán y nunca podrán montar una Compañía del Anillo; y por último están los hombres del PSC/PSOE, que experimentan síndrome de Estocolmo con el Anillo Único, al que odian tanto como aman. 

Ni Catalunya será República antes de que lo sea España, ni España será nunca República sin la colaboración desinteresada de todas las fuerzas de izquierda de este país. Sin la Compañía del Anillo, Sauron siempre gobernará la Tierra Media. No olvidemos que tiene el Anillo Único.

Luis Díaz