domingo, 15 de abril de 2018

Terror Amarillo

Los animales y las personas nunca deberían estar entre rejas, 
pero es especialmente cruel enjaular a quienes saben volar, 
bien con sus alas, bien con sus ideas


Comentaba en un artículo de Setiembre de 2017 que una hipotética victoria del independentismo catalán sería la tumba política de los dos grandes partidos del bipartidismo tradicional. La independencia solamente podría llegar de la mano de un conflicto civil, el que conduciría irremediablemente a España a sumirse en una gran transformación que -para bien o para mal- iría acompañada de una fuerte crisis, donde muchas familias privilegiadas dejarían de serlo, y muchas otras de las más humildes sufrirían un importante impacto. Serían tiempos difíciles, y con pérdidas civiles.

Es consecuente que este impopular escenario ya fuese observado también 2 años antes por los primeros interesados en sobrevivir políticamente, el Gobierno, aplicando la Reforma del Código Penal de 2015 como contingencia, para poder frenar cualquier insurgencia política y civil en Catalunya. 

Esta radiación política de fondo es la que ha esterilizado a la izquierda, tanto en Catalunya como en el resto de España. Dos fuerzas de una misma ideología que empujan en sentidos opuestos, mientras el conservadurismo más rancio, a lomos del caballo del Cid Campeador, las arrasa a ambas por todos los flancos. El progresismo catalán frena el progresismo español, y el progresismo español frena el progresismo catalán. Es el Abrazo Mortal, un laberinto sin salida, y el triunfo más dulce que pudiera soñar el neoliberalismo español.

Y como lo importante no son las ideas, sino sobrevivir, aquel PSOE de Pedro Sánchez que resurgiría para cambiar España, esconde la cabeza, deja el “trabajo sucio” al PP y a Ciudadanos, y no se atreve ni a pronunciar “III República”. Ábalos explicaba a sus Juventudes recientemente que es el momento de la Responsabilidad, no de la República -y por tanto, de seguir con la cabeza escondida.

Es cierto que el independentismo practicó una violación de las Leyes españolas más importantes. Y lo hizo -injustificadamente-, pero tras muchos años de sufrir la política vacía de Rajoy, dejando que los problemas se pudriesen en el cajón. Con Rajoy, el independentismo se triplicó en Catalunya en ese periodo -cosa que también agradecían los partidos independentistas. Un referéndum hecho el primer día habría enterrado el problema catalán por muchas décadas, en vez de abonarlo con silencios, "postureos", y como herramienta para tapar los incontables casos de corrupción de su partido.

El independentismo está cada vez más enfadado -con una importante carga de legitimidad-; sus líderes deberían estar en libertad, y no por lo que han hecho, sino porque un Gobierno responsable jamás tendría que haber permitido que la política se judicializase, más aún con unas reivindicaciones respaldadas ahora por 2.000.000 de ciudadanos.

Hoy, muchos españoles están asustados por lo que pueda pasar en Catalunya, y por cómo afectaría a sus vidas, miedo que los arrima a la derecha, y donde Albert Rivera los espera con los brazos abiertos. 

El PP decidió solucionar el problema catalán por la puerta de atrás. En tiempos de la Dictadura, Franco los habría metido a todos en la cárcel, y habría acusado a cualquier revuelta de terrorismo. Rajoy ha hecho algo equivalente enviando el caso a Justicia, con una Reforma previa del Código Penal en 2015, incluyendo todo aquello que le “faltaba” para dar rango de terrorismo a los altercados. Después entregó la manzana envenenada al Poder Judicial. Resultado: todos en la cárcel, y cualquier revuelta acusada de terrorismo. 

Los caminos del Dictador son infinitos.

Luis Díaz