domingo, 26 de mayo de 2013

De la Identidad Nacional y del Pueblo



La creciente hegemonía de los Austrias de España y de Habsburgo en la Europa del siglo XVII junto con el arraigado odio entre protestantes y católicos (Reforma de Lutero y Contrareforma católica) dibujó el escenario perfecto para la Guerra de los Treinta Años (1618-1648). Felipe IV protagonizó un intenso y costoso reinado de armas, que representó una ruina en impuestos para los campesinos –mientras que las clases locales dirigentes disfrutaban de privilegios y exenciones fiscales-, sin considerar los terribles saqueos de aldeas y pueblos por los que pasaban los soldados del rey. El artífice de la política real fue el valido del rey, el Conde Duque de Olivares, quien exigió a los dirigentes locales del Imperio-entre ellos a Catalunya- a participar en la “Unión de Armas” como signo de fidelidad al rey.

Al negarse las clases dirigentes locales contraviniendo al rey –Catalunya lo hizo institucionalmente-, vieron peligrar sus privilegios, y decidieron enarbolar así la bandera de la patria y ponerse al frente de las “rebeliones de la tierra”, como sucedió en Portugal (acabó en secesión gracias a la hegemonía colonial portuguesa), en Catalunya (“Guerra dels Segadors”) o en Nápoles. Si bien el interés económico-social de las clases significativas locales se puso interesadamente al frente de estas revueltas, fue un sentimiento patriótico de derechos y libertades el que impulsó estos levantamientos, y sucedió en un escenario político donde la voz del pueblo nunca había tenido ningún valor ni para los reyes centralistas ni para los dirigentes locales periféricos.

Esta es la piedra angular de un argumento muy debatido hoy día entre Castilla y Catalunya, donde estos hechos marcan el punto de inflexión y el nacimiento de una identidad nacional plena para unos, o por el contrario, para otros, son un hecho aislado y donde la identidad nacional es española, probablemente más castellano-aragonesa.

Es difícil concluir dónde estás los inicios de la identidad de un pueblo –como en el caso de Catalunya- y cual es la distancia histórica que nos acercará a la verdad mostrando una visión de conjunto a la vez que sin dispersar o tergiversar los hechos. Quizá haya tantas verdades como opiniones. En cualquier caso, lo que considero importante de estas rebeliones de la tierra es que fue un pueblo sin valor político, sin derechos y sin libertades, el que decidió –con éxito o no- luchar por cambiar su destino.

Nuestra democracia no es equiparable a estas formas de estado con mecanismos todavía muy feudales. Sin embargo sí que debería encontrar en ellas muchos ingredientes comunes a su funcionamiento actual: un poder centralizado que estira para el centro con la misma sed imperial que los “austrias”, clases dirigentes locales periféricas que estiran para fuera con el único objeto de mantener su status y privilegios, y por último un pueblo que no cuenta.  El sistema electoral obliga a las clases privilegiadas a dar cuentas al pueblo sólo cada cuatro años, -un buen margen para jugar con la memoria del votante- y llegado el momento del sufragio universal, encienden la máquina propagandística de la confusión, con el resultado final de que unas clases dirigentes locales pudieran perder privilegios en favor de otras clases locales. El pueblo nunca resulta significativo en este juego de poder, tan sólo es espectador de una mediática pelea de lobos privilegiados.

La regeneración política y democrática debe apostar por cambiar históricamente el juego y los jugadores: nos pasamos el día buscando identidades nacionales que tan sólo pertenecen históricamente a las clases privilegiadas y a sus familias. La verdadera identidad nacional de los españoles aún no existe, y se engendrará el día que por primera vez el pueblo menos aristocrático y menos privilegiado decida realizar su propia “revolución francesa tecnológica y pacífica” para acceder a la gobernabilidad de nuestro país, sin nobles, sin burgueses y sin reyes. De espectadores a actores.

Luis Díaz

domingo, 12 de mayo de 2013

Del Proyecto “Géiser” y de la Verticalidad Social



España está viviendo un efecto “Géiser”, el de aquellas aguas termales que tras ser sometidas bajo tierra a alta presión, explotan en una violenta columna de agua caliente y vapor de agua hacia lo más alto. El desmantelamiento del Estado del Bienestar está sometiendo a altas presiones a las clases medias y bajas, haciéndolas entrar en un peligroso estado de “ebullición social”. El “Géiser” está a punto de estallar, y aunque apunta hacia las altas instituciones del Estado, el suelo está reforzado con cemento feudal, propaganda mediática y alta tecnología, y se corre el riesgo de una implosión subterránea que destruya para siempre el derecho y el sentido común del pueblo. Sería miseria, para unos más que para otros.

El Proyecto “Géiser” es un proyecto que aún no existe, un sueño humanístico, una utopía viable. Es el proyecto para redirigir y canalizar la violencia natural del estallido del “Géiser” en un puente democrático hacia una nueva gobernabilidad del Estado. Un Gobierno con la mayoría absoluta del pueblo, para construir al margen de los que sólo destruyen, con los mejores profesionales, con los mejores individuos, con el pueblo y para el pueblo, con un programa político para causar admiración en Europa y en el mundo, y con un nuevo modelo humanístico de entender la vida, que podría no sólo quedar como herencia para las generaciones venideras, sino como ejemplo en la Historia de la Humanidad. Es el momento, y sí, se puede.

Hoy día vivimos la construcción espontánea de una horizontalidad social de asociaciones, grupos, bancos de alimentos, diversas organizaciones de ayuda -grandes y pequeñas-, aparte de las ya conocidas ONGs. Quizá no nos hemos dado cuenta, pero se está construyendo la planta baja de un enorme edificio de derechos, de responsabilidades, de altruismo, y de regeneración política. La autocrítica social que cabe es que casi todo son asociaciones de afectados que raramente unen esfuerzos a pesar de luchar contra un interlocutor común: el Gobierno.

En esta construcción de la horizontalidad social, se echa de menos una respuesta asamblearia de la comunidad académica a todos los niveles. Y no me refiero a protestas en la calle, sino a la constitución de grupos proactivos académicos de profesores, estudiantes, catedráticos, rectores en cada Universidad e Instituto del Estado. La cultura es la mejor herramienta de lucha, y la cooperación y apoyo interuniversitario posibilitaría la elaboración de nuevos programas políticos realistas, innovadores, progresistas, y cercanos al hombre. Me niego a pensar que tenemos educadores egoístas y no altruistas -si bien ya se están formado algunas asociaciones-, y por tanto apelo a una inyección de optimismo en la posible desmoralización en que se encuentra este colectivo, que parece haber olvidado que ellos son la gran "fábrica de las ideas".

Y no sólo hablo de comunidades educativas. Es muy importante acabar de construir con miles y miles de grupos, asociaciones y asambleas la horizontalidad del edificio de derechos humanos más robusto que nunca se haya realizado. Hasta los más jóvenes –dotados de la imaginación más idealista- deberían atreverse a construir grupos de debate a la espera del momento en que algún nuevo canal que surgiese pudiera recoger sus ideas, y quién sabe si también su persona.

¿Quién mejor que trabajadores de una ONG de derechos humanos para gestionar los derechos humanos en el Estado? ¿Quién mejor que ellos para alimentar niños hambrientos a cambio del engorde de obispos excluyentes? ¿Quién mejor que trabajadores médicos de una ONG altruista para gestionar la Sanidad en nuestro país? ¿Por qué no asociaciones de la dependencia para mejorar la calidad de vida de los dependientes? ¿Quién mejor que una asociación de afectados hipotecarios para gestionar la vivienda desde el Estado? ¿Quién mejor que otras asociaciones surgidas del pueblo para renacionalizar todo lo que nos han robado privatizando? ¿Quién mejor que jueces progresistas para ayudar a construir el gran cerrojo de la prisión de los corruptos y ejecutar su expropiación patrimonial?...

¿Y después qué? A construir el segundo piso de derechos. Es imposible que miles de asociaciones bailando cada una a su ritmo ayuden a construir un programa político común y aportar a las personas que lo ejecutarán desde el Gobierno del Estado. Hay que coordinar el baile, hacer que la música suene a la vez en distintas partes del país; es decir, se ha de empezar por agrupar y posibilitar el intercambio de conocimiento entre asociaciones homogéneas entre sí, ya sean asociaciones médicas, asociaciones animalistas, de derechos humanos, de la mujer, de la diversidad, de medio ambiente, de economistas progresistas y con alternativas, de agricultura, de jueces que se preocupan por los ciudadanos,… Es decir, el segundo piso son las asociaciones que coordinarán a otras asociaciones homogéneas,... que tendrán que olvidarse de las pequeñas diferencias sociales y/o territoriales.

¿Y después qué? A construir el tercer piso de derechos: construcción de asociaciones heterogéneas que agrupen las asociaciones homogéneas creadas en el segundo piso. Seguro que el diseño resultará un poco más complejo, pero el agua del “Géiser” ha de fluir por este camino o su estallido será incontrolado para bien o para mal.

El proyecto “Géiser” será iniciado por aquellos individuos que encabezan movimientos sociales en la primera planta, y perciban que ya es hora de empezar a construir el segundo piso. Este ascenso vertical hacia la gobernabilidad del país concluirá en el piso superior, al que habrán llegado aquellos representantes surgidos del altruismo, e impulsados desde los niveles asociativos inferiores. Su programa político habría sido elaborado, debatido y consensuado por las asociaciones, grupos y universidades que hubieren participado en la construcción de esta verticalidad social.

Es difícil creer que el pueblo no daría de forma mayoritaria su legitimidad en las urnas a un proyecto de tal calibre. 

¡Hagamos Historia! Podemos y debemos.
 
Luis Díaz


martes, 7 de mayo de 2013

De Lasquetty y del Verdugo de Berlanga

El Consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid, Javier Fernández-Lasquetty- ha calificado como una “parodia” la consulta popular sobre la sanidad pública. Lasquetty debería revisar el concepto de “parodia”, puesto que el intento de los trabajadores de la sanidad pública por realizar un referéndum popular no es ninguna imitación, sino un acto de responsabilidad, casi de desesperación, y un grito de democracia ante la sordera institucional de aquel en el que esta preocupación debiera surgir por sí sola de su cargo.

Por tanto, “parodia” es otra cosa. Lasquetty encontraría en las películas de Berlanga una acepción más justa del término, e incluso quizá viérase tentado a identificarse con aquella entrañable "parodia" de verdugo que protagonizó José Luis López Vázquez en "El Verdugo", un ex trabajador de funeraria reciclado en un verdugo que no es capaz de matar.

Pero que no se engañe Lasquetty. Lo suyo no es "parodia". El verdugo de la Sanidad Pública lo hace sin que le tiemble la mano. Jubilar forzosamente a 700 magníficos médicos con una experiencia de valor incalculable para nuestro futuro es la acción de un gran verdugo, un corte de cabeza limpio, la pérdida de nuestro ‘know-how’ médico. Además, el desprecio, la premeditación y alevosía de esta acción del Consejero de Sanidad, así como su falta de ética, explicaciones, despedidas, o agradecimientos a unos profesionales que han dedicado su vida a los demás y han salvado tantas vidas, refleja un alto sentido de la obediencia fiel e incuestionable a su partido. Lasquetty no es una "parodia" de un verdugo, tan sólo es una "farsa" de un Consejero de Sanidad Pública.


Apues, ya se ha inseminado con el gen de la podredumbre a la sanidad pública. Con recortes y sin los profesionales de prestigio, ya sólo es cuestión de tiempo que empiece a degradarse hasta tal punto que en el imaginario de los madrileños -para empezar- se forme la idea de que la mejor sanidad es la privada, momento en que todos empezaremos a olvidar que “cualquiera tiempo pasado fue mejor”… en la pública.

Madrid es la primera, pero no será la última. No olvidemos.

Luis Díaz