Isis vs. Virgen María. Source: http://centinela66.wordpress.com |
Las personas que a
lo largo de la Historia han cuestionado la tradición se han revelado como motor de los cambios
sociales, y de la evolución de las ciencias y de las humanidades hacia la construcción de mundos
más justos. Han sido el germen -a menudo, malogrado- que ha tenido que sobrevivir,
no solamente contra el poder instituido, sino también contra sus propios
convecinos tan alienados a la tradición vigente como para negar cualquier posibilidad,
verdad o nueva realidad mostrada.
Muchos asentirán con este párrafo, y se sentirán aliviados al
saber que la Tierra es redonda y gira alrededor del Sol, que sus vecinas no son
brujas y no hace falta quemarlas, o que para tener buena cosecha no hace falta
sacrificar a ningún familiar. Por otro lado, quizá el confort mental no les
permita también cuestionar toros, “correbous”, banderas, patrias, creencias
religiosas, fanatismo deportivo, o incluso su propio antropocentrismo, quizá podrían
llegar a comportarse como aquellos alienados individuos cuando les tocan lo
propio, pasando a la ofensiva de la fe, al orgullo patriótico y/o genético, a la agresión física o verbal, o a manchar la palabra "cultura" con rituales de
sangre animal basados en tradiciones que dan mucho dinero, pero que deberían
conservarse solamente en papel. Si, por
ejemplo, el ritual del Toro de la Vega costase dinero a todos y cada uno de los
habitantes de Tordesillas, la tradición no duraría ni diez minutos más.
Caminamos lento. Los
Platón, los Sócrates, los Aristóteles, los Galileo, los Kant, los Newton, los
Nietzsche, … o los Deleuze no abundan, de vez en cuando aparece alguno, y
mientras tanto, la sociedad del Siglo XXI parece querer ofrecer una nueva
oportunidad a la desilustración, a la falta de autonomía del individuo, potenciando
religiones cada vez más ofensivas y ocio cada vez más alienante, en detrimento
de la cultura real, de la educación y de la libertad de pensamiento. Y cuando
digo libertad de pensamiento, no debería confundirse con libertad a que otros
te digan qué pensar, pues eso es heteronomía, no libertad.
Así bien, ubicados
unos en su revolución intelectual, ubicados otros en su conformismo mental,
entre los primeros quiero situar a Claude-Brigitte Carcenac Pujol y su
magnífico libro –basado en su tesis doctoral- “Jesús, 3000 años antes de
Cristo”, donde cuestiona documentalmente la existencia de Jesucristo como Hijo de Dios, con un
título tan provocador como sintético, y con un contenido que conduce a la
reflexión sobre cuáles podrían ser los orígenes reales de la figura de Jesús,
arrojando un sorprendente y argumentado paralelismo con la milenaria religión
egipcia y sus mitos. Son tan pocas, fiables, parciales, y breves, las referencias
“históricas” a la figura de Jesucristo que las investigaciones de
Claude-Brigitte inclinan la balanza de la duda razonable a favor de su
relectura de los Evangelios, a pensar en Jesucristo como el mito egipcio, y no
como el ser humano con poderes sobrenaturales, hoy solamente atribuibles a los
personajes de la Marvel, de Walking Dead, o al mismísimo Mago Pop.
Para entender la tesis
de la autora, es importante ubicar geográficamente el escenario objeto del
estudio: se trata de la pequeña área delimitada por Oriente Próximo (Sudoeste
asiático), el Nordeste africano y el Sudeste europeo; un territorio núcleo de
imperios, de continuas y numerosísimas batallas y conquistas, de intenso
comercio, de interminables migraciones, de heterogeneidad de pueblos; y donde
las tradiciones e influencias culturales fluían, cambiaban, se transformaban y
adaptaban con velocidad de vértigo: lugar del nacimiento de la escritura, del
imperio romano, de la Grecia y Roma clásicas, del nacimiento de la democracia, de
la cultura milenaria egipcia, de la cultura persa, del helenismo, de las tres
grandes religiones, etc.
Y concretamente en los
casos de Egipto e Israel, estaban unidos por rutas terrestres, además de que alrededor del siglo I
de nuestra era, tras las invasiones persas, más de 1.000.000 de judíos acabaron
poblando Egipto (aparte del famoso Éxodo bíblico) entre la Alejandría de los faraones
griegos, y la de la ocupación romana a partir del año 30 a.C. Alejandría fue el
caldo de cultivo perfecto entre las culturas judía, griega y egipcia. Si bien la
tradición otorga a la comunidad cristiana de Alejandría mucha importancia, a
veces diciendo ser fundada por el evangelista Lucas, otras veces por Marcos; el
caso es que el dominio judeo-cristiano en Alejandría en el Siglo I parece no
arrojar muchas dudas. El paralelismo entre la literatura bíblica y egipcia es patente:
textos de los Salmos (incluidos los mesiánicos 2 y 110), fragmentos del Libro
de los Proverbios, el Libro de Job, el Eclesiástico, iconografías como la de
San Miguel, la imagen de San Pedro con la llave del cielo, el Portal de Belén,
… entre muchos otros, todos con una semejanza egipcia donde la casualidad
parece ser más que pura coincidencia.
Una carta del emperador romano Adriano a
su cuñado en 132 durante su estancia en Egipto, hace pensar en que Egipto albergaba un importante
y caótico sincretismo o fusión entre las creencias religiosas referentes a Serapis (dios
egipcio) y las concernientes a Jesús por parte de los mismos cristianos.
El mito de Osiris estaba
extendido por todo el país, también en Alejandría. Narra el asesinato del dios
Osiris (representado por el buey) a manos de su hermano Seth (representaciones
diversas, entre ellas, el asno). Quien sabe si, hace un par de años, Ratzinger decidió desterrar la mula y el buey del Portal de Belén tras revisitar el mito, con el ánimo de crear distancias.
El mito continúa con Isis, la esposa de Osiris, que tras la muerte de su marido,
concebirá un hijo (será el parto de una “virgen”, pues el esposo fue asesinado
antes de la concepción), que llamará Horus. Durante el embarazo, el asesino Seth
ocupará el trono y perseguirá al Dios-Rey heredero, por lo que Isis tendrá que
huir buscando cobijo (igual que la Virgen María huyó de Herodes, quien buscaba al
“Rey” de los judíos para asesinarlo).
Los paralelismos son
muchos más y muy numerosos. No desvelaré nada más sobre este minucioso y
elaborado libro, porque deseo que la sensación de leerlo sea como la que
tuvimos al quitarle por fin las ruedecillas pequeñas a aquella primera
bicicleta: la sensación de pedalear libres al fin.
Luis Díaz