domingo, 8 de marzo de 2015

De Jesucristo y del Mito Egipcio



Isis vs. Virgen María. Source: http://centinela66.wordpress.com

Las personas que a lo largo de la Historia han cuestionado la tradición se han revelado como motor de los cambios sociales, y de la evolución de las ciencias y de las humanidades hacia la construcción de mundos más justos. Han sido el germen -a menudo, malogrado- que ha tenido que sobrevivir, no solamente contra el poder instituido, sino también contra sus propios convecinos tan alienados a la tradición vigente como para negar cualquier posibilidad, verdad o nueva realidad mostrada. 

Muchos asentirán con este párrafo, y se sentirán aliviados al saber que la Tierra es redonda y gira alrededor del Sol, que sus vecinas no son brujas y no hace falta quemarlas, o que para tener buena cosecha no hace falta sacrificar a ningún familiar. Por otro lado, quizá el confort mental no les permita también cuestionar toros, “correbous”, banderas, patrias, creencias religiosas, fanatismo deportivo, o incluso su propio antropocentrismo, quizá podrían llegar a comportarse como aquellos alienados individuos cuando les tocan lo propio, pasando a la ofensiva de la fe, al orgullo patriótico y/o genético, a la agresión física o verbal, o a manchar la palabra "cultura" con rituales de sangre animal basados en tradiciones que dan mucho dinero, pero que deberían conservarse solamente en papel.  Si, por ejemplo, el ritual del Toro de la Vega costase dinero a todos y cada uno de los habitantes de Tordesillas, la tradición no duraría ni diez minutos más. 

Caminamos lento. Los Platón, los Sócrates, los Aristóteles, los Galileo, los Kant, los Newton, los Nietzsche, … o los Deleuze no abundan, de vez en cuando aparece alguno, y mientras tanto, la sociedad del Siglo XXI parece querer ofrecer una nueva oportunidad a la desilustración, a la falta de autonomía del individuo, potenciando religiones cada vez más ofensivas y ocio cada vez más alienante, en detrimento de la cultura real, de la educación y de la libertad de pensamiento. Y cuando digo libertad de pensamiento, no debería confundirse con libertad a que otros te digan qué pensar, pues eso es heteronomía, no libertad. 

Así bien, ubicados unos en su revolución intelectual, ubicados otros en su conformismo mental, entre los primeros quiero situar a Claude-Brigitte Carcenac Pujol y su magnífico libro –basado en su tesis doctoral- “Jesús, 3000 años antes de Cristo”, donde cuestiona documentalmente la existencia de Jesucristo como Hijo de Dios, con un título tan provocador como sintético, y con un contenido que conduce a la reflexión sobre cuáles podrían ser los orígenes reales de la figura de Jesús, arrojando un sorprendente y argumentado paralelismo con la milenaria religión egipcia y sus mitos. Son tan pocas, fiables, parciales, y breves, las referencias “históricas” a la figura de Jesucristo que las investigaciones de Claude-Brigitte inclinan la balanza de la duda razonable a favor de su relectura de los Evangelios, a pensar en Jesucristo como el mito egipcio, y no como el ser humano con poderes sobrenaturales, hoy solamente atribuibles a los personajes de la Marvel, de Walking Dead, o al mismísimo Mago Pop. 

Para entender la tesis de la autora, es importante ubicar geográficamente el escenario objeto del estudio: se trata de la pequeña área delimitada por Oriente Próximo (Sudoeste asiático), el Nordeste africano y el Sudeste europeo; un territorio núcleo de imperios, de continuas y numerosísimas batallas y conquistas, de intenso comercio, de interminables migraciones, de heterogeneidad de pueblos; y donde las tradiciones e influencias culturales fluían, cambiaban, se transformaban y adaptaban con velocidad de vértigo: lugar del nacimiento de la escritura, del imperio romano, de la Grecia y Roma clásicas, del nacimiento de la democracia, de la cultura milenaria egipcia, de la cultura persa, del helenismo, de las tres grandes religiones, etc. 

Y concretamente en los casos de Egipto e Israel, estaban unidos por rutas terrestres, además de que alrededor del siglo I de nuestra era, tras las invasiones persas, más de 1.000.000 de judíos acabaron poblando Egipto (aparte del famoso Éxodo bíblico) entre la Alejandría de los faraones griegos, y la de la ocupación romana a partir del año 30 a.C. Alejandría fue el caldo de cultivo perfecto entre las culturas judía, griega y egipcia. Si bien la tradición otorga a la comunidad cristiana de Alejandría mucha importancia, a veces diciendo ser fundada por el evangelista Lucas, otras veces por Marcos; el caso es que el dominio judeo-cristiano en Alejandría en el Siglo I parece no arrojar muchas dudas. El paralelismo entre la literatura bíblica y egipcia es patente: textos de los Salmos (incluidos los mesiánicos 2 y 110), fragmentos del Libro de los Proverbios, el Libro de Job, el Eclesiástico, iconografías como la de San Miguel, la imagen de San Pedro con la llave del cielo, el Portal de Belén, … entre muchos otros, todos con una semejanza egipcia donde la casualidad parece ser más que pura coincidencia.

Una carta del emperador romano Adriano a su cuñado en 132 durante su estancia en Egipto, hace pensar en que Egipto albergaba un importante y caótico sincretismo o fusión entre las creencias religiosas referentes a Serapis (dios egipcio) y las concernientes a Jesús por parte de los mismos cristianos. 

El mito de Osiris estaba extendido por todo el país, también en Alejandría. Narra el asesinato del dios Osiris (representado por el buey) a manos de su hermano Seth (representaciones diversas, entre ellas, el asno). Quien sabe si, hace un par de años, Ratzinger decidió desterrar la mula y el buey del Portal de Belén tras revisitar el mito, con el ánimo de crear distancias.

El mito continúa con Isis, la esposa de Osiris, que tras la muerte de su marido, concebirá un hijo (será el parto de una “virgen”, pues el esposo fue asesinado antes de la concepción), que llamará Horus. Durante el embarazo, el asesino Seth ocupará el trono y perseguirá al Dios-Rey heredero, por lo que Isis tendrá que huir buscando cobijo (igual que la Virgen María huyó de Herodes, quien buscaba al “Rey” de los judíos para asesinarlo). 

Los paralelismos son muchos más y muy numerosos. No desvelaré nada más sobre este minucioso y elaborado libro, porque deseo que la sensación de leerlo sea como la que tuvimos al quitarle por fin las ruedecillas pequeñas a aquella primera bicicleta: la sensación de pedalear libres al fin.

Luis Díaz

6 comentarios:

  1. No sabes cuánto me alegra leer esto. Naturalmente dentro de mi limitado alcance hace muchísimo tiempo que vengo sosteniendo lo mismo; esto es: que la pretendida historicidad del personaje Jesucristo no es más que una filfa histórica, valga la redundancia, que no resiste un análisis medianamente serio.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias por tu comentario, y como bien dices, la figura de Jesucristo como divinidad no se aguanta históricamente. Lo que sí es realmente un misterio es como en el siglo XXI se da tanta verosimilitud a sucesos sobrenaturales cuyo medio de transmisión principal era oral, forma de comunicación que a través de los años convierte historias en leyendas, y sucesos cotidianos en actos heroicos.

      Un abrazo. Luis

      Eliminar
  2. El creer debe ser tan libre como el no creer, partiendo de la base que lo científico es no creer, sino demostrar. Está muy bien tomarse las creencias como una herramienta de hacer la vida más cómoda y confortable, pero punto. Lo que es increíble es que las personas que dan verisimilitud a que un mar rojo se abre, hayan sido capaces de arrinconar a los que pensaban que eso es imposible.
    Enhorabuena por cuestionar todo, hasta lo incuestionable. Respeto a las personas que hacen de los actos de fe su motor de vida, pero por favor, que esas mismas personas me permitan preguntarme como pueden pensar así.

    un abrazo,

    Miguel Angel

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias por tu comentario, Miguel Angel, y felicidades también por tu blog.

      Un saludo. Luis

      Eliminar
  3. En historia, Miguel Ángel, el método de la demostración científica tiene poco lugar. Rara vez es posible demostrar con certeza algo, incluso cuando se disponen referencias documentales cercanas.

    A día de hoy, la diversidad de fuentes documentales constatadas y de procedencia diversa (judía, protocristiana y romana) arrojan más certeza sobre la existencia de Jesus de Nazareth que la que existe acerca de personajes históricos mucho más cercanos en el tiempo a nosotros.

    El distinto criterio de fiabilidad de dichas fuentes no se debe a la certeza que arrojan estas sino a nuestra doble vara de medirlas.

    Otra cosa distinta es si el tal Jesús fue verdaderamente aquel que cuentan sus contemporáneos o es todo una conspiración legendaria orquestada por cuatro pescadores, y un par de golfos más. Desde los datos objetivos hay indicios, pero nada permite arrojar conclusiones que permitan dar un paso "racional" hacia la fe en base a criterios empíricos.

    Por otra parte, según tengo entendido, la teología católica nunca ha pretendido tener el monopolio de la Revelación divina, sino que admite (y no niega sino que señala abiertamente dichas referencias) que mitos como el de Prometeo podrían constituir formas de "revelación" parcial (casi proféticas), que contribuirían a reforzar la idea de la correspondencia entre la revelación cristiana y la percepción de la necesidad de salvación.

    Es decir: 1) el cristianismo no comprende la revelación como una imposición de los cielos sobre la realidad terrena, sino como una respuesta divina a una necesidad de salvación que ya existía en el hombre. 2) en esa medida, cabe contemplar manifestaciones culturales o religiosas que, siendo previas, recuerdan a la revelación cristiana teniendo en cuenta que esta, como su propio nombre indica, solamente necesitaba ser "desvelada" no creada, a lo que la figura de Cristo añade el gesto de la redención como culmen de dicha revelación.

    Saludos,

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola Anónimo,

      Muchas gracias por este estupendo comentario, a pesar de mis discrepancias.

      Seguramente debe haber personajes considerados históricos con un nivel de incerteza comparable al de Jesucristo, lo que, en mi opinión, no lo hace más verosímil, y además considerando que las investigaciones sobre Jesucristo habrán sido infinitas veces mayores en frecuencia y en recursos que sobre esos personajes históricos. Con lo que se ha invertido en buscar a Jesucristo, ya deberíamos tener hasta sus huellas dactilares.

      Si además no perdemos de vista que el cristianismo está empeñado no sólo en reconocer la figura histórica de Cristo de forma contundente en los púlpitos de las iglesias, sin conceder ni el más mínimo y razonable "margen de duda" al creyente menos ilustrado, no denota buena fe; y si más no, cuando además, sin referencias históricas, se dota a esta figura de unos poderes sobrenaturales absurdos y contrarios a la ley natural, y que en el siglo actual se relegan al ámbito del cinema.

      Por último, la argumentación que entiendo que apunta a una predeterminada revelación cristiana en el tiempo, y que se pudo manifestar de diversas y múltiples maneras antes del cristianismo, y que el cristianismo la culmina y materializa en el año cero, tengo que reconocer que es una postura muy leibnizniana e interesante, pero en mi opinión, se puede tildar de un exceso de "cristocentrismo" reflejo del tradicionalista y caduco antropocentrismo religioso.

      Yo entiendo al ser humano como algo puramente circunstancial y completamente prescindible desde el punto de vista de la misma existencia. Un capricho de la naturaleza.

      Un saludo y gracias de nuevo.

      Saludos. Luis

      Eliminar