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Un padre mira las manos de su hija de cinco años, cortadas como castigo por haber recogido poco caucho |
Las raíces de Europa y el Congo Belga pudieran
parecer dos contextos históricos disjuntos. Sin embargo, el progreso europeo contrajo
en el pasado una deuda impagable con muchas colonias europeas, pero muy
especialmente, con el Congo Belga. Después de leer este artículo y de los
testimonios reales históricos que figuran al final (donde la hipocresía y crueldad europea no tiene parangón), deberíamos reflexionar no sobre la
deuda externa de África hacia Europa; sino sobre la deuda moral y económica de Europa hacia
África por los daños causados, sobre las concertinas, sobre la xenofobia generalizada que practica
Europa contra la inmigración africana, e indudablemente sobre la responsabilidad de Europa en la dramática situación africana actual.
Hace tan solamente unos 100 años, el Congo
Belga fue la colonia personal del
rey Leopoldo II de Bélgica, y fue el escenario de la muerte de 10 millones de personas y del
cometimiento de las mayores atrocidades inimaginables contra la población
autóctona del Congo. Es dramático que uno de los mayores genocidios de la
Historia de la Humanidad sea prácticamente desconocido por la población
europea, como si la memoria se hubiese borrado, cuando su gravedad se equipara en
número de víctimas al Holocausto judío y al genocidio del Descubrimiento de
América. Los asesinatos del hipocondríaco rey Leopoldo II sucedieron con el
conocimiento al menos de Gran Bretaña, que por falta de solvencia moral por su
intervención en la Guerra de los Bóers, ocultó la noticia. Sin embargo, las prácticas
expoliadoras, esclavistas y asesinas eran moneda de cambio de todos los
Imperios europeos, desde Gran Bretaña a Francia, pasando por Alemania, Bélgica
u Holanda.
En el caso del Congo Belga, fue el progreso,
la Segunda Revolución Industrial con el motor de explosión, con las bicicletas,
la que generó una alta demanda de caucho, la materia prima de las ruedas. El caucho costó la vida a millones de
personas. Leopoldo II encontró la oportunidad de su vida para enriquecerse:
extraer esta materia prima del Congo utilizando como mano de obra esclava a la
población autóctona, para lo que estableció un régimen de terror y crueldad sin
límites.
El progreso de nuestra Europa se construía
sobre los cadáveres y mutilaciones de hombres, mujeres y niños congoleños;
sobre violaciones sexuales, hambre, azotes y secuestros, sobre la esclavitud,
desaparición de poblados enteros, y casi exterminación de la población
congoleña. La causa del genocidio del Congo Belga fue únicamente el interés
económico de Leopoldo II, a pesar de que la propaganda divulgada por Bélgica
presentaba razones principalmente cristianas y altruistas.
El descubrimiento de lo que verdaderamente
ocurría en el Congo y que salieran a la luz estas atrocidades, lo debemos a
Edward Dene Morel, empleado inglés incorruptible de una naviera de Liverpool –y
más tarde fundador de un periódico-, que se dio cuenta de que las mercaderías
que viajaban hacia el Congo a cambio del caucho solamente eran armamento. La
prensa europea y americana se hizo eco de los descubrimientos de Morel, y a
pesar de la contra-propaganda del rey Leopoldo II, finalmente cedió y traspasó
el Congo al Estado Belga, obteniendo el Rey asesino, de nuevo, buenos
beneficios. Nunca pagó sus crímenes, y es significativo que Bruselas -la capital de Europa- aún exhiba hoy día con orgullo los monumentos de este rey genocida.
El libro de Philipp Blom “Años de Vértigo”
es una referencia histórica para ayudarnos a descubrir quiénes somos realmente.
Luis Díaz
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Joseph Chamberlain, discurso en el Ministerio de
Colonias británico, 1895
“Es la británica la más grande de las
razas dominantes que el mundo ha conocido y, por consiguiente, el poder determinante
en la historia de la civilización universal. Y no puede cumplir su misión, que
es crear el progreso de la cultura humana, si no es merced a la expansión de la
dominación inglesa. El espíritu del país tendrá fuerzas para cumplir esta
misión que nos ha impuesto la Historia y nuestro carácter nacional. (...) El
Imperio británico, firmemente unido, y los Estados Unidos deben juntos asegurar
la paz del mundo y asumir la pesada responsabilidad de educar para la
civilización a los pueblos retrasados”.
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J. Junt, sesión científica en la Sociedad
Antropológica de Londres, 1863
“Las analogías entre los negros y los
monos son más grandes que entre los monos y los europeos. El negro es inferior,
intelectualmente, al hombre europeo. El negro sólo puede ser humanizado y
civilizado por los europeos”.
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Relato de una mujer llamada Ilanga sobre sucesos que ocurrieron en la parte oriental del territorio, cerca de Nyangwe. Edgar Canisius: A Campaign
Amongst Cannibals, Londres, R. A. Everett & Cº, 1903
“Nuestro pueblo se llama Waniendo, por el
nombre de nuestro jefe Niendo (...). Es un gran pueblo próximo a un pequeño
torrente y rodeado por grandes campos de mohago [mandioca] y muhindu [maíz] y
otros comestibles, pues todos trabajábamos duramente en nuestras plantaciones y
teníamos siempre comida en abundancia (...). Nunca había guerra en nuestro país
y los hombres no tenían muchas armas, fuera de sus cuchillos (...).
Todos estábamos ocupados en los campos
escardando los sembrados, pues era la estación de las lluvias y las malas
yerbas brotaban deprisa, cuando llegó al pueblo un mensajero diciendo que se
acercaba una banda numerosa de hombres tocados todos ellos con gorras rojas y
vestidos de azul y portando fusiles y cuchillos largos y que les acompañaban
muchos hombres blancos, el principal de los cuales era Kibalanga [nombre
africano de un oficial de la5 Force Publique llamado Oscar Michaux que
recibió una Espada de Honor de manos de Leopoldo II]. Niendo llamóenseguida a su casa a los hombres
principales mientras se batían los tambores para convocar a la gente al
poblado. Se celebró una larga consulta y, al final, se nos dijo a todos que
saliéramos tranquilamente a los campos y trajéramoscacahuetes, plátanos y mandioca para los
guerreros que estaban llegando y cabras y gallinas para los hombres blancos.
Todas las mujeres acudieron con cestas, las llenaron y, luego, las depositaron
en el camino (...). Niendo pensaba que aquel ofrecimiento de tanta comida a
modo de presente induciría a los desconocidos a pasar sin hacemos daño. Y así
fue...
Cuando los hombres blancos y sus guerreros
se hubieron marchado, volvimos a nuestro trabajo con la esperanza de que no
regresarían; pero lo hicieron en un plazo muy corto. Tal como habíamos hecho
antes, les llevamos grandes cantidades de comida; pero esta vez Kibalanga no se
marchó enseguida sino que acampó cerca de nuestro poblado, y sus soldados
vinieron y nos robaron todas las gallinas y cabras y arrancaron nuestra
mandioca; pero no nos importó, mientras no nos hicieran daño.
A la mañana siguiente (...), poco después
de salir el Sol sobre la colina, un grupo numeroso de soldados vino al poblado
y todos nos metimos en nuestras casas, donde permanecimos sentados. No
llevábamos mucho tiempo así, cuando los soldados llegaron corriendo, disparando
y amenazando a Niendo con sus fusiles. Se precipitaron en lascasas y arrastraron fuera a la gente. Tres
o cuatro entraron en la nuestra y me capturaron a mí, a mi marido Oleka y ami hermana Katinga. Nos arrastraron al
camino y fuimos atados con cuerdas alrededor del cuello, de modo que no podíamos
escapar. Todos llorábamos, pues sabíamos que nos iban a llevar como esclavos.
Los soldados nos golpearon con las baquetas de hierro de sus fusiles y nos
obligaron a marchar al campamento de Kibalanga, quien ordenó atar a las mujeres
por separado, diez en cada cuerda, y a los hombres de la misma manera. Cuando
nos hubieron reunido a todos –había muchos de otros poblados, según vimos
entonces, y mucha gente de Waniendo–, los soldados llevaron cestas de comida
para que las transportáramos; en algunas de ellas había carne humana ahumada...
Luego, nos pusimos en marcha caminando muy
deprisa. Mi hermana Katinga llevaba a su bebé en brazos y no la obligaron a
cargar con una cesta; pero mi marido Oleka tuvo que acarrear una cabra.
Marchamos hasta la tarde y acampamos cerca de un río, donde nos sentimos
contentos de poder beber, pues estábamos muy sedientos. No teníamos qué comer,
pues los soldados no nos habían dado nada (...).
Al día siguiente continuamos la marcha y,
cuando acampamos a la puesta del Sol, se nos dio algo de maíz y plátanos
recogidos cerca de un poblado cuyos habitantes habían huido. Así siguió la
cosa, día tras día, hasta la quinta jornada en que los soldados cogieron el
bebé de mi hermana, lo arrojaron a la hierba dejándolo morir y a ella la obligaron
a transportar algunos pucheros de cocina que encontraron en el pueblo
abandonado. El sexto día nos encontrábamos muy débiles por falta de comida, por
la marcha continua y por dormir en la hierba húmeda, y mi marido, que iba
detrás de nosotros con la cabra, no pudo mantenerse más de pie y se sentó al lado del sendero negándose a seguir caminando. Los soldados le pegaron, pero él
continuó negándose a caminar. Luego, uno de ellos le golpeó en la cabeza con la
punta del fusil y cayó al suelo. Uno de los soldados cogió la cabra, mientras
que otros dos o tres clavaron en mi marido los largos cuchillos que habían
colocado en la punta de sus fusiles. Vi brotar la sangre y, luego, ya no volví
a verlo, pues cruzamos la cima de una colina y lo perdimos de vista. Muchos de
los jóvenes fueronasesinados de la misma manera y muchos
niños fueron arrojados a la hierba para que murieran (...). Después de diez días
de marcha llegamos a la gran corriente de agua (...) y fuimos trasladados en
canoas al otro lado, a la ciudad del hombre blanco de Nyangwe”.
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Discurso del rey Leopoldo a la llegada de los primeros misioneros belgas al Congo. Leopoldville, 12 de enero de 1883.
“Reverendos y queridos compatriotas; la tarea que se nos ha confiado cumplir es muy delicada y demanda mucho tacto. Estáis aquí para evangelizar pero os debéis inspirar para ello ante todo en los intereses de Bélgica.
El fin principal de nuestra misión en el Congo no es enseñar a los negros a conocer a Dios, pues ya lo hacen: ellos hablan y se someten a Mungu, Nzambe, Nzamkoba, y que sé yo. Saben que matar, acostarse con la mujer de otro, calumniar y agredir es malo, incorrecto. Tengamos el coraje de decirlo, no vais a enseñarles algo que ya conocen.
Vuestro fin principal es facilitar las tareas a los administradores y los empresarios. Para ellos debéis interpretar el evangelio de la forma que más beneficie nuestros intereses en esta parte del mundo. Para hacerlo deberéis, entre otras cosas, fomentar el desinterés entre los salvajes por las riquezas ocultándolas bajo el suelo si es necesario; así evitamos la tentación de convertirse en asesino por ellas y que sueñen desalojarnos para obtenerlas.
Vuestro conocimiento del evangelio os permitirá encontrar fácilmente textos para que los fieles amen la pobreza. Como por ejemplo: «Dichosos los pobres, pues el reino de los cielos es para ellos» o «Es tan difícil que los pobres entren al reino del cielo como que un caballo pase por el ojo de una aguja». Debéis eliminar y hacerles despreciar todo aquello que pueda llevarlos a enfrentarse a nosotros. Haced que tengan miedo a enriquecerse, pues no irían al cielo.
Hago también alusión aquí a sus fetiches de guerra que no pretenden abandonar, pero que debéis poneros manos a la obra para que desaparezcan. Vuestra acción debe centrarse sobretodo en los jóvenes para que ellos no se rebelen y se opongan a sus padres si éstos deciden hacerlo. Los niños deben aprender a obedecer aquello que ordena el misionero, que es el padre de su alma.
Insistid particularmente en la sumisión y la obediencia; evitad desarrollar el espíritu en las escuelas; enseñad a escribir, a creer, no a razonar. Estos son, queridos compatriotas, los principios que aplicareis. Encontrareis otros muchos en los libros que os serán dados al final de la conferencia.
Evangelizad a los negros para que ellos permanezcan siempre sumisos a los colonizadores blancos, para que no se rebelen jamás contra las obligaciones que les harán sufrir. Hacedles recitar cada vez «Dichosos los pobres que lloran, pues el reino de los cielos es para ellos».
Los empresarios y los administradores se verán obligados de vez en cuando a recurrir a la violencia, a insultar, golpear, para hacerse respetar. No deberá permitirse que recurran a la violencia, a la venganza. Para ello, les enseñareis e incitareis, por todos los medios, a seguir el ejemplo de todos los santos que han puesto la otra mejilla, que han perdonado las ofensas, que han recibido salivazos sin estremecerse ni responder a la agresión.
Mantened a sus mujeres nueve meses en la misión para que trabajen gratuitamente nueve meses para vosotros. Convencedles de que deben ofreceros cabras, pollos y huevos cada vez que visitéis sus aldeas.
Hacedles pagar cada semana unas tasas en la misa del domingo. Desviad este dinero, supuestamente para los pobres, para abrir tiendas importantes donde estéis: para misiones, feligreses, fiscales, etc. Transformad vuestras misiones en grandes centros comerciales; ayudad ligeramente a los pobres para animar a los otros a pagar regularmente.
Pedidles que mueran de hambre si es necesario, y vosotros comed cinco veces al día o más con el fin de que vuestros vientres estén siempre llenos de buenas cosas y de que de vuestras bocas emanen olor a cebolla. Estableced un sistema de confesión que os haga buenos detectores de todo negro que tome conciencia o quiera reivindicar la independencia.
Enseñadles una doctrina que vosotros mismos no cumplís en la práctica; puede ser que os digan que por qué os comportáis en contra de lo que predicáis; respondedles que sigan lo que decís no lo que hacéis. Si ellos replican que una fe sin actos es una fe muerta, responded: «Dichosos aquellos que creen sin haber visto; ellos serán hijos de Dios».
Decidles que las estatuas que guardan son obra de Satán. Confiscadlas para completar nuestros museos de Ternere y el y el Vaticano. Hacedles olvidar sus ancestros para que recuerden y adoren los nuestros; Santa María, San Andrés, San Juan, Santa Teresa, etc.
No ofreced jamás una silla a un negro que venga a veros. Dadle siempre un cigarro. No cenéis juntos si no matan un pollo cada vez que los visitais en casa. Considerad a los negros unos niños que se engañaban a sí mismos cuando eran independientes. Exigid que os llamen siempre «Mi padre».
Blasfemad y acusadlos de comunismo y de persecución religiosa si ellos os demandan que ceséis de engañarlos y explotarlos”.