Cuando el Gobierno del PP califica de terrorista y nazi a
una plataforma social anti-desahucios para la defensa de los derechos
ciudadanos ante los abusos bancarios; mientras, por otro lado, se ahorra las definiciones
precisas para tildar tan sólo de “vándalos” a los partidos neonazis de
ultraderecha que atacaron con violencia la sede de la Delegació del Govern de
la Generalitat en Madrid, es señal de que esta sopa político-liberal es de
sobre.
Hace pocos meses que escuchábamos a Cristina Cifuentes
vincular la PAH con grupos “filoetarras”, y también a María Dolores de Cospedal
comparar los escraches de la PAH de nazismo puro. Mientras el nazismo alemán gaseó
hombres, mujeres y niños en los campos de concentración, aquí desde la
irresponsabilidad y el insulto a los muertos, es comparado con ciudadanos honrados
y estafados que exigen justicia. Como contrapunto, los grupos violentos que se
autodeclaran neonazis y hacen apología de desprecio a la democracia y a la diversidad,
son clasificados con calificativos menos taxativos y claros, como si de criaturas
haciendo una travesura se tratase.
“El Periódico” del pasado domingo ha publicado un ilustrativo
artículo de portada sobre la ultraderecha, donde expone el deseo de estas
formaciones violentas de alcanzar las instituciones. Cuenta que las pequeñas
diferencias entre los numerosos grupos radicales existentes los mantienen
separados, lo que no es de extrañar considerando que son grupos que profesan adoctrinamiento estricto con base militar, religiosa y excluyente, donde el pensamiento
individual queda disuelto en la ideología del grupo. Son partidos que al rechazar a la
mismísima xenófoba ultra-formación Plataforma x Catalunya de Josep Anglada por “catalanista”,
ponen de manifiesto la firmeza en la ejecución de sus planteamientos intolerantes y antidemocráticos.
En mi opinion, la ultraderecha ha estado en la
sombra y un tanto desaparecida en los últimos años porque alguien les ha robado cierto margen de espacio
político. La política anti-crisis y anti-pobres del PP ha hecho numerosos y
rentables guiños a este sector, consiguiendo que muchos de ellos nunca hayan estado tan cómodos.
Quizá por esto el Ministerio de Interior está siendo continuamente acusado de exceso
relajamiento ante la proliferación de estos grupos. También esto explicaría por
qué el PP –con Soraya Sáenz de Santamaría a la cabeza- tumbó la propuesta de
ERC para impulsar la ilegalización de estos partidos ultras. No creo que se
sientan cómodos con ellos, pero estoy seguro que en los límites colindantes de
ambas ideologías, hay mucho votante potencial compartido, que al fin y al cabo
es lo que realmente les importa.
No se puede llamar libertad de expresión a hacer apología de lo
antidemocrático, de la violencia, del racismo, de la xenofobia, de
la homofobia, de la catalanofobia, o de cualquier otra fobia que no entre en
estos catecismos. Unos con condenas, otros relacionados con la prostitución; ni les interesa la privatización de la sanidad, ni la educación, ni la cultura, ni la Banca, ni lo público, tan sólo los preceptos dominantes, excluyentes y arcaicos del franquismo.
El odio que se está fomentando entre Catalunya y España ha dado alas a estos grupos violentos. Y la irresponsabilidad recae sobre quien hace las leyes en una democracia nadando en corrupción y mentiras, para favorecer a una Banca
ya soberana y a un sector privado plagado de amiguismos e intereses personales; y en cambio, no se preocupa de gestionar con ejemplaridad lo público así como de promover la convivencia
de la ciudadanía y la justicia social.
Los ciudadanos deberíamos aprender que el conflicto no reside entre ciudadanos madrileños, catalanes, vascos, gallegos, andaluces o extremeños. El germen del odio lo incuban la casta de políticos madrileños, catalanes, vascos, gallegos, andaluces o extremeños, instalados y que usan al pueblo como un ajedrez, como un arma arrojadiza, unos contra otros, para conseguir sus fines y mantener sus privilegios. Nosotros picamos y acabamos odiándonos unos a otros.
Todos juntos podemos cambiar esto. Aunque sólo sin ellos.
Luis Díaz