martes, 11 de junio de 2013

De la Unión Europea y del Cobrador de Maastricht


El Tratado de Maastricht de 1992 simbolizó el principio de la integración política de la entonces Comunidad Económica Europea. Pasó a conocerse como Comunidad Europea, y proyectó una nueva Unión basada también en principios democráticos y en el respeto a los derechos humanos. Se dibujaba el nacimiento de la ciudadanía europea y de sus órganos representativos.

Así bien, aquella semilla de la nueva Europa se germinó con la ambiciosa expectativa de convertir la unión económica no sólo en una unión monetaria, sino de posibilitar además la unión política, es decir, perseguir el objetivo de hacer converger las democracias, los derechos y las libertades de los estados miembros hacia una ciudadanía común.

Maastricht prometió favorecer el sentimiento de pertenencia a la Unión Europea, la protección de la salud pública, la cooperación para el desarrollo, la protección efectiva de derechos e intereses de los consumidores, favorecer el acceso a la formación profesional de la juventud, el desarrollo de una educación de calidad, la protección elevada del medio ambiente, la estimulación de empresas y pymes,  de los centros de investigación y las universidades en sus esfuerzos de I+D de alta calidad; y –entre otros muchos aspectos- la persecución de una cohesión económica y social entre los países miembros, donde España, Grecia, Irlanda y Portugal saldrían favorecidas.

Veinte años después de Maastricht el resultado en los países del Sur de Europa -y particularmente en España- es bastante distinto al proyecto inicial: la ciudadanía europea se confunde con la alemana, la salud y la educación públicas de calidad ya no convergen con la igualdad y los derechos de los ciudadanos, la protección del medio ambiente queda supeditada a criterios económicos, el apoyo a empresas y pymes sólo se hace efectivo si pertenecen al sector financiero, la investigación y el desarrollo emigran al Norte, miles de consumidores desprotegidos y estafados por la Banca; y la cohesión económica y social se ha escenificado como una obsesiva petición de pago de deudas con intereses abusivos en un marco claramente especulativo, donde Europa no duda en atropellar las democracias que la vieron nacer, a la vez que agita la pobreza en los países donde prometieron ayudas al desarrollo, y reprime las voluntades soberanas con contínuas amenazas a través de los medios de comunicación.

Europa se ha vestido un traje de frac y está ejerciendo de cobrador de morosos en los países del Sur, aún sabiendo que esta actitud truncará para siempre el proyecto de una Federación de Estados Europeos, y quizá acabará con la moneda única.

Otra página gloriosa para la Historia.

Luis Díaz

2 comentarios:

  1. Si que es verdad, tendremos que romper la baraja...

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  2. Rectificar es de sabios. Aunque sea después de 20 años.

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